viernes, 2 de diciembre de 2011

La Voz del Indignado (Intelectuaaaal)

Nueva sección en el Gafapasta: La Voz del Indignado Intelectuaaaaal

Ríos de tinta se han escrito sobre los indignados. Ciertos medios dirán que representan a la población española. Otros dirán que son cuatro perroflautas.

Pero ninguno hace caso a las reclamaciones de los intelectuales. 

En El Gafapasta hemos decidido escuchar la voz de los olvidados, y concederles un altavoz para sus amargas quejas.

Comencemos.

El auditorio, ese hospital de tuberculosos
Y esto es uno que va por la calle, entra en el auditorio para escuchar un concierto, y sale avergonzado.

Así comienza el chiste que es el público del auditorio nacional de música de Madrid. Porque en la sala sinfónica, en fin, hay mucho que va a mirar y dejarse ver. Le ponen la novena sinfonía de Beethoven, que es la única que conoce, a trozos, y porque lo ponían en la tele para hablar de Europa. Un programa digestivo, suave, oportunidad para sacar de paseo las pieles y demás accesorios. 

Por tanto, que la gente no sea capaz de controlarse, y tosa compulsivamente, no me resulta raro. Es cuestión de educación, y la gente no está educada. 

Ahora bien. La sala de cámara. Esto ya son palabras mayores. Los programas de esta sala son para un público de cierto oído musical. La gente no va a escuchar el Officium Defunctorum de Tomás Luis de Victoria, como era el caso de ayer, por no tener nada mejor que hacer. Sabes que es polifonía. Puro renacimiento. Vamos, ya cosillas heavies.

Y ya ves tú. Aquello fue vergonzoso. Entre pieza y pieza se enciende un semáforo en verde en la cabeza de muchos. Y a toser. Con denuedo, con esfuerzo, con desesperación. Ansiosos por toser en los escasos segundos de silencio entre pieza y pieza. Toses ásperas, toses suaves. Toses que se regodean y persiguen agotar la extensión del aliento. Esputos, gargajos, sinfonía de sonidos humanos. Montaré un tenderete de caramelos en la puerta. Y con toda una farmacopea.

Qué vergüenza. Al finalizar el concierto, ensordecedor aplauso. Los intérpretes, excepcionales. Y el público aplaudió. Y continuó aplaudiendo. Salieron por dos veces al escenario los intérpretes a saludar. Y se aplaudió a rabiar. Y ya llegó un momento en que empecé a pensar, y como cuando una desilusión rompe el dulce espejo de la ilusión, sentí con tristeza que se aplaudía no sólo por lo excepcional del concierto. Se aplaudía por compensar el mal comportamiento del público, como si la mayoría silente pudiera en ese momento compensar a tanto maleducado. Pero además también sentí que se aplaudía con cierto sentido provinciano de reverencia. Se aplaudió en exceso, como la artificial sonrisa pegajosa del vendedor.

Otro mito que cae. Je suis desolé. 

1 comentario:

  1. que cierto es eso de que a muchos de los espectaculos culturales de nivel en ocasiones solo van un monton de ricos para que otros ricos vean lo ricos que son. Es la version urbana y pagana de las misas y procesiones de los pueblos, que pasa exactamente lo mismo. Animalia mundi....

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